viernes, 12 de noviembre de 2010

"MIL Y MAS VUELTAS POR LA ALTA"

La Guajira es la más septentrional de las penínsulas sudamericanas, situada entre el extremo nororiental de Colombia y el extremo noroccidental de Venezuela. Tiene una superficie cercana a los 25.000 km cuadrados extendiéndose desde la Bahía de Manaure en el Mar Caribe hasta la Ensenada de Calabozo en el Golfo de Venezuela. Políticamente su mayor parte pertenece al departamento colombiano de La Guajira y una estrecha banda de la región sur pertenece al estado venezolano de Zulia. En la Península se encuentra Punta Gallinas (12° 28´ N) el extremo norte de Suramérica.
Hasta finales del siglo XIX estaba parcialmente bajo soberanía Venezolana, pero por el tratado Michelena-Pombo pasó a Colombia, ratificándose posteriormente por el Tratado de Límites de 1.941.
A continuación los invito a reconstruir una de las experiencias más significativas de mi vida, que sin duda será inolvidable y permanecerá en mi memoria para toda la vida.
Siendo las 3:00 de la mañana sonó mi despertador anunciando que debía prepararme a emprender uno de los viajes más largos que en mi vida he hecho. Me dirigí a mi Universidad con gran emoción, pues allá me reuniría con mis fieles compañeros de VIII semestre de la Universidad junto a quienes realizaría un viaje programado con nuestro querido y gentil profesor de Wayunaiki Jairo Jarariyú con quien haríamos un recorrido por la “Alta Guajira” con el propósito de vivenciar los misterios que encierran están tierras y con ellas sus habitantes desde muchísimas décadas atrás “los indígenas Wayus”.
Siendo las 6:30 de la mañana y luego de algunos percances con el transporte logramos salir del Municipio de Maicao en tres copetranas, vehículos estos que nos conducirían hasta nuestros puntos de interés.
Comienza el recorrido haciendo la primera estación en Uribía, Municipio en el que nos detuvimos a tanquear los vehículos aprovechando que allí debíamos recoger a algunas compañeras que también harían parte de esta travesía. Continúa el viaje y comienza la risa y la diversión debido a los saltos que por las condiciones de la carretera y el terreno nos sacudía a todos. Es que sin duda alguna mis compañeros de vehículo y yo somos los más alegres y extrovertidos del semestre por eso antes de salir acordamos quedar en el mismo automóvil para así formar la “recocha”. Luego de más o menos dos horas de viaje llegamos al Cerro de la Teta. Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo en las tierras que hoy son Alta y Media Guajira Vivian 3 hermanos. Después de un fuerte verano, estos decidieron trasladarse para buscar alimentos, un hermano llamado Ouci se mudó al oriente de Uribia y luego tomó la forma del Cerro de la Teta (señor de la sabana), el otro hermano se fue a vivir al noreste y se convirtió en la Serranía de la Macuira (señor del desierto) y el tercer hermano Kamaici se estableció en el Cabo y tomó la forma del cerro que llaman Pilón de Azúcar (señor de los mares). Ahora este último es el vigilante silencioso de una de las playas más hermosas, de arena café que parece estar hecha de azúcar morena, lugar del cual más adelante les hablaré.
En este sitio al pie del cerro de la teta, tomamos un descanso y aprovechamos para desayunar, algunos para desocupar su estómago, pues el viaje y las condiciones de desnivel de la carretera ocasionaron fuertes mareos a más de uno, incluyéndome a mi…jajajja…es que la verdad no estábamos preparados para semejante viaje. Continuamos el recorrido en medio del gozo de unas “polarcitas negras” como han sido bautizadas las cervezas que normalmente toman nuestros indígenas Wayús y que en vista de no conseguir más nada  para refrescarnos procedimos a tomar. Continua el viaje y con él el malestar y las náuseas, a tal punto que yo, una de las más alegres de mi grupo de viaje me desmayé ocasionando incertidumbre entre mis compañeros y profesores. Realmente fueron horas de mucha incomunicad y desesperación para mi, pues según me cuentan mis queridos compañeros sufrí tres desmayos de los cuales no me di cuenta. El espíritu de colaboración de Julia y Yarelis me ayudaron a aliviar un poco hasta llegar a una Base que pensé nunca encontraríamos y que al llegar fue como si nada porque el tensiómetro con el que medirían mi presión sanguínea se encontraba achicharrado debido a las altas  olas de calor propias del desierto en el que nos encontrábamos. Caminos, caminos, caminos y mas caminos hacían parecer interminable el viaje y más lejanas nuestras esperanzas de llegar a nuestro objetivo.
Luego de dar vueltas y más vueltas en medio de interminables tierras, cactus, un sol radiante y realmente sofocante, llegamos a un lugar muy respetado y valorado por nuestros indígenas Wayús, la conocida y famosa “Piedra Alaas”.
Dentro de la literatura etnográfica sobre la etnia Wayuu se ha afirmado con frecuencia que esta presenta divisiones subtribales sociológicamente importantes. Dichas subdivisiones son consideradas en el lenguaje etnográfico como clanes de tipo matrilineal. En la mayoría de las crónicas coloniales así como en el lenguaje cotidiano de la población no indígena se hace referencia a estas divisiones con el nombre de "castas". Aunque puede aceptarse la existencia de clanes entre los Wayuu, estos pueden definirse como categorías de personas que comparten una condición social y un antepasado mítico común pero que jamás actúan como colectividad. Hoy en día pueden identificarse veintidós clanes en el lado colombiano de la península, los cuales se caracterizan por ser dispersos y no corporativos. El conjunto mitológico que encierra esta cultura asocia a los miembros de estos clanes con animales epónimos o con marcas de clan entregadas por seres sobrenaturales en la “piedra de alaas” ubicada en la Alta Guajira,  los cuales son utilizados como emblemas por parte de los indígenas para identificarse como seres distintos a los miembros de otros clanes.
Tuve la o oportunidad de conocer este sitio que históricamente se ha convertido en uno de los  lugares más visitados por turistas en las tierras de la Alta Guajira, pues como antes dije estas tierras encierran innumerables historias del antepasado de los Wayuu. Continuamos el camino, ya casi no tenía fuerzas, mi cuerpo comenzaba a debilitarse debido a las largas horas que llevábamos de viaje y las condiciones del terreno por el que pasábamos, es que realmente dimos mas de mil vueltas durante este viaje que parecía interminable, pero que a su vez me llenaba de emoción en medio de todo al deleitar mis ojos con aquellos paisajes, una costa con colores que se entrecruzaban con el cielo azul y aquella arena de múltiples tonos. Creo que ver esos paisajes y la  inmensidad de  la vida reflejada en tan inigualable belleza  me daba ganas de continuar y me permitían retomar fuerzas. Se hizo de noche, una de las camionetas se varó y mientras la reparaban me eché a dormir un poco y cuando desperté me di cuenta que continuaba el camino. En medio de la oscuridad de la noche sentí aparte de mareos y náuseas mucha adrenalina pues los caminos eran realmente confusos y temerosos. Finalmente a eso de las 7:30 de la noche y después de un largo día de viaje llegamos a Puerto Estrella. Con mucha alegría y casi moribunda me bajé de la camioneta y me eché al piso de la dicha de saber que por fin habíamos llegado al sitio donde tomaríamos un descanso. Procedimos a bajar el equipaje y a acomodar nuestros chinchorros en las enramadas que muy gentilmente nos prestaron para pasar la noche. Luego de comer un poco y tomar un baño nos dirigimos a descansar sin contar que a eso de la 1:30 de la mañana la lluvia nos daría una sorpresa y  nos haría volar de nuestros chinchorros. El desespero nos invadió pues el pueblo no cuenta con energía eléctrica y en medio de la oscuridad de la noche y las luces que desde el cielo se formaban por causa de los estruendos de los truenos corrimos a refugiarnos donde pudimos para no mojarnos.
Amaneció, era otro día, ya teníamos otros ánimos, habíamos retomado fuerzas pese a lo poco que pudimos dormir  la noche anterior; nos bañamos, tomamos un buen desayuno y partimos…..si así es… continuaba el viaje, esta vez con el fin de llegar a Bahía Hondita donde almorzaríamos y pasaríamos la segunda noche de esta travesía. El camino muy difícil, el paisaje inigualable, con una belleza muy particular, llegamos a Punta Gallina, increíble pero cierto, estábamos en el extremo norte de Suramérica. Continuamos el viaje hasta llegar a Bahía Hondita, allí colgamos nuevamente los chinchorros, almorzamos y nos dirigimos a la playa a darnos un buen baño en aquellas refrescantes aguas saladas. Por la noche conocimos a alguien especial, un miembro de la Cultura Wayuu, era un señor de edad que había llegado hasta este lugar a compartirnos un poco sobre su cultura, los mitos y aquellas cosas que encierran y hacen parte de sus vidas. Procedimos a atenderle formando una mesa redonda, pero había un problema, no entendíamos ni “papa” lo que nos decía jajajaja…….es que hablaba en Wayunaiki la lengua de ellos y nosotros estábamos azules, pero algunos compañeros de clase nos ayudaron a traducir el mensaje.
Nos habló de un mito llamado “Mito de Arase” el cual dice que en el cerro de arase  un hombre vestido de blanco sin rumbo llamaba a  los Wayús para diferenciarlos unos con otros, les asignaba un símbolo que ellos mismos escogerían a su gusto y al hacerlo el hombre al que ellos identifican como la brisa desaparece. Cada símbolo es representado por un animal, pues en aquella época los Wayús eran animales, de este  modo el llamado Palabrero no es más que una palguarata y cuando se acerca una visita, este animal se aparece anunciando su llegada.
De este modo cada animal representa un Clan en los Wayús.
También nos habló de “la piedra del destino”  lugar sagrado para los indígenas Wayús. Esta es una piedra misteriosa ubicada en un lugar conocido como taruwa. Dice la leyenda que quien logra atravesar la cueva que forman estas piedras tendrá larga vida, mientras que los que pasen con dificultad o en su efecto no logre atravesar hasta el otro lado no contará con mucho tiempo de vida. Esto hace parte de la mitología Wayuu, la cual tengo la certeza, encierra un mundo de misterios y enseñanzas que enaltecen y hacen parte de la belleza de esta cultura que ha prevalecido a través de la historia.
Nuevamente llegó la noche y con ella las ganas de disfrutar cada momento de esta experiencia, pues sabía que tendría que pasar mucho tiempo para que volviera a repetirse y aunque volviera por aquellas tierras no sería igual. Esta era una experiencia única e irrepetible para mí.
Entre juegos, risas, anécdotas, chistes y unas “polarcitas negras” que nuevamente se cruzaban en nuestro camino, pasamos la noche hasta que nos apagaron la planta que generaba energía en Bahía Hondita y decidimos dormir y descansar, pues nos esperaba otro día de viaje.
El cantar de los pájaros, el rebuzne de unos burritos y la bulla de algunos de mis compañeros anunciaban que había amanecido. Fue una noche de relax, dormir a la intemperie  en chinchorros debajo de una enramada en medio del aquellas tierras semidesérticas fue inigualable; el frío de la madrugada y la brisa tocando mi rostro resultó ser una muy buena terapia de relajación. Luego vino el baño de la mañana y junto con él un buen desayuno. Comí “cazón” en salpicón, este es una especie de tiburón que habita en las aguas de los mares de este lugar. Realmente el desayuno retomó aún más mis fuerzas, me sentía súper bien, pero el camino continuaba, esta vez con el fin de llegar al “Cabo de la Vela”. Trupillos, aves, chivos, ovejos y hasta serpientes, propias de esta zona nos mostraban el camino a seguir. Llegamos a “Bahía los Médanos” un lugar que me dejó sin palabras, mis ojos veían algo realmente hermoso, una gran pila de arena desértica que naturalmente se forma a la orilla de las payas hacia de aquel lugar algo increíble y maravilloso. Continuamos el camino hacia el cabo de la vela ubicado en la península de la Guajira, este lugar se convierte en un enorme desierto de más de 20.000 km2, el lugar más seco del país, sus playas son de las mejores de Colombia. Allí llegamos a eso de las dos de la tarde, nos esperaba un buen almuerzo que por cierto no pude comer, pues volví a sentirme mareada por el viaje.
Luego decidimos visitar por fin el “Pilón de Azúcar” pequeña colina en la que se encuentra la imagen de la Virgen de Fátima, este sitio se convierte en una increíble vista de la Guajira. El pilón de azúcar es una roca que se encuentra en el cabo de la vela a orillas del mar conocido por los indígenas wayuu “Kamaici” (señor de las cosas del mar) y con un profundo significado mitológico y el cual está coronado con una imagen de la Virgen de Fátima, en sus alrededores se localizan playas de espectacular belleza, las cuales me dejaron encanta al verlas.
Empieza a caer la noche, otra noche, esta vez en el cabo de la vela. Debíamos regresar a nuestros hogares, nos esperaba una civilización que a veces muestra no ser tan civilizada. Sin embargo no pudimos viajar a la hora prevista, una de las camionetas se dañó y tocaba repararla, mientras lo hacían decidimos tomar un baño mas en el mar, pero llegó la noche y tocaba salir del agua porque todo era muy oscuro. Estábamos cansados pero ni eso nos impedía disfrutar del momento. Por mi parte traté de gozar cada instante de este viaje, y realmente fueron momentos de plenitud y felicidad para mí.
En medio de la oscuridad Jhonny un personaje importante de este viaje, un compañero en todo el sentido de la palabra, un caballero, un amigo; me refiero a uno de mis compañeros de la Universidad que sin dudas se llevó todos los créditos por su gran humildad y espíritu de colaboración, encendió una fogata  para iluminar un poco el lugar donde estaban reparando la camioneta y compartir una experiencia más.
Llegó la hora de partir, se hizo un poco tarde, el reloj marcaba las diez de la noche, nos mostramos un tanto asustados por la oscuridad y las condiciones del camino, sin embargo nuestro sentido del humor no desfallecía y continuaban los chistes, las bromas y las anécdotas vividas en esta aventura. A una hora de viaje me venció el sueño y la costilla de Yogli Almanza mi compañero de al lado me sirvió de almohada hasta llegar a Maicao. Se respiraba otro ambiente, sabía que había tenido una de las experiencias más hermosas y significativas de mi vida, atrás dejé mil años de historia, un mundo lleno de misterios, rico en naturaleza, una tradición, unas costumbres. Sin dudas atrás había dejado otro mundo, un mundo diferente al mío.
Gracias le doy a Dios por aquella experiencia, a mi profesor por la idea genial de llevarnos a conocer la Alta Guajira, a mis compañeros de semestre por todo lo que compartieron conmigo. Gracias a la vida por ser tan bella y permitirme disfrutar de aquellas “MIL Y MAS VUELTAS” de experiencias tan gratificantes.















UN RECORRIDO MÁGICO

A continuación los invito a recorrer unas de las costas más hermosas de Colombia  y que por fortuna hace parte de mi bella región Caribe.
Siendo las 2:30 de la mañana un 13 de septiembre del año 2008 sonó mi despertador, alertándome de un día maravilloso que sin duda sería inolvidable, pues yo haría parte de una expedición dentro de la inmensidad del PARQUE TAYRONA. Sin saber realmente lo que nos esperaba disfrutamos de un buen desayuno en un pueblo llamado “calabazo”, lugar donde comenzaríamos esta aventura.
Seguidamente y luego de deleitar unas deliciosas arepas con huevos revueltos acompañadas de un rico café con leche, fuimos despojados de nuestros equipajes tras la advertencia de los guías sobre el largo camino que habría que recorrer, de esta manera siendo las 9:07 de la mañana partimos a conocer lo nunca antes conocido en compañía de tres guías quienes se encargarían de indicarnos el camino a seguir durante nuestro recorrido por el parque Nacional Tayrona.
Poco a poco fuimos sumergiéndonos entre árboles y montañas con gran emoción y vitalidad, la misma que al cabo de hora y media aproximadamente de recorrido ò incluso menos fue notándose muchos más frágil debido a las inclinaciones de las montañas, las rocas, acantilados y trechos peligrosos que se cruzaban a nuestro paso. Para superar todos estos obstáculos propios de la naturaleza se hacía necesario tener los nervios bien puestos pues cualquier paso en falso podría significar la vida.
Entre risas, admiración, quejidos, e incluso lágrimas con las que mis compañeros y yo manifestábamos el cansancio producido por las largas caminatas, continuamos el recorrido por este hermoso paisaje natural hasta llegar a “pueblito”, sitio donde habita una comunidad de indígenas kOGIS.
En este sitio habitaron muchas  familias pertenecientes a esta cultura,  lo cual se aprecia a través  de unos círculos hechos de piedra que ellos mismos dejaron como señal de que en cada uno de ellos solía vivir una familia; su vestuario, comportamiento, algunas de sus artesanías, sus casas, quedaron impregnados en mi mente para toda la vida.
Continuamos el recorrido pretendiendo llegar a las costas de este parque natural, pero para ello debimos caminar durante varias horas más. El camino se mostraba un poco más desafiante, pues grandes rocas blancas se imponían en el camino convirtiéndose en mágicos senderos que nos indicaban a su vez las huellas de los antiguos habitantes  de estos parajes que hoy conforman uno de los parques nacionales más importantes de nuestro país “EL PARQUE TAYRONA”. Allí encontramos playas, bosques, cerros, bahías, matorrales, peces, aves, reptiles y algunas ruinas arqueológicas que relatan la historia de los TAYRONAS.
En el afán por llegar a disfrutar de sus aguas casi cristalinas encontramos lo inimaginable, algo que a nadie le pudo pasar por su mente “un vendedor de paletas”, jajajaja!!.... parecía mentiras pero no, ahí estaba él con su cava sentado al frente de una cueva conformada por inmensas rocas que daban paso a la entrada de tan anhelada playa.  Fue así como retomamos fuerza y continuamos nuestra caminata con la emoción de ver una zona repleta de palmeras de coco que nos indicaban la llegada a la playa.
Allí nos esperaba un almuerzo poco deseado, pues en medio de tanta naturaleza marina ¿a quién se le ocurre comer “pollo”?. Pero bueno, lo mejor vino a la hora de tan esperado baño  en tan deliciosas aguas saladas, ahhh!!… pero eso si en compañía de turistas de todas partes del mundo, esos aventureros tan osados que vienen de tan lejos a conocer nuestras riquezas naturales.
Había comprendido que de eso se trataba esta expedición, disfrutar al máximo de todo lo que había en aquel lugar tan mágico.
Finalmente, partimos de nuevo a la civilización y aunque el regreso no fue por el mismo pasaje debimos caminar alrededor de dos horas  antes de llegar al lugar donde se encontraba el bus que nos trasportaba.
La belleza que observaron mis ojos era inigualable, tanta naturaleza nunca antes vista, hermosos paisajes, playas que parecían piscinas, pequeñas islas en medio de la inmensidad del agua y un cielo tan azul como las mismas aguas,  me permitieron sentir tanta paz y a la vez comprobar la inmensidad de nuestro creador del mundo, ese mismo que me dio la oportunidad de hacer aquel día “UN RECORRIDO MÀGICO”.